Monday, June 28, 2004

The beast is chewing tape

A pesar de que para mí fueron como una pesadilla que se magnetizaba o se carcomía, los cassettes significaron un arma para darle la vuelta a los problemas (si es que todavía, en los países subdesarrollados, puede considerarse un arma) que por diversas razones siempre terminaban hundiéndome. Sino un arma, una razón para quedarme quieto, sin pensar, sin obedecer, sin hacer nada. Eran tan pequeños y tan increíblemente feos. Había unos con cintas tan amarillas que parecían corbatas y otros con cintas tan negras que parecían líquido de cocacolas. Los que eran marca maxell eran transparentes y tenían dibujados a un lado (generalmente en el Lado A) estrellitas amarillas. Había unos de alumnio y habían unos amarillos que le gustaban tanto a mi hermanita que tronó varios con los dientes sin haberse escapado de unos putazos. Y tenía tantos prestados y tenía "prohibidos" y mi kit para salir eran ellos, mis walkman, y mi bolígrafo.

No recuerdo cuál fue el primero que compré pero sí recuerdo cuál fue el primero y el último que robé. Ocurría que si eras listo y robabas en Gigante podías hacerlo muchas veces, pero como nunca fui listo, mi encanto por las cuitas de Rififi se esfumaron en el momento en que estuve sentado en una oficina, con la cabeza casi en el suelo, frente a unas voces y unas caras que no recuerdo, pero que telefoneaban a mi madre y decían que se calmara. Puede ser mi única experiencia punk: 12 años, robando Slave to the grind y sorprendido por un par de cajeras que iban a comer.



Los que más adoré eran los más caros. Era difícil comprar cassettes en Monterrey. O los comprabas usados o los grababas, pero como tus amigos eran tan miserables como tú, generalmente no grababas nada. Sino grababas nada quizá era mejor porque generalmente tu reproductor tragaba las cintas. Siempre pensé, que haciendo una cara de Maculay Culkin, era más fácil pedir perdón por ello, que tragarse el coraje propio. Así que en un estante casi siempre me cabían a lo mucho 10, porque nunca (y creo que hasta la fecha) me he forjado la fama de coleccionista. Les daba vueltas y vueltas y los escuchaba mucho y los prestados los prestaba y los prestados de prestados los prestaba. Y en el inter, cuando las cosas se ponían peligrosas, por dar tantas prórrogas, yo me enamoraba perdidamente de los clicks. Si nadie se acuerda de los clicks que se escuchaban al presionar el "play" en esas tremendas grabadoras al estilo de los primeros "A Tribe Called Quest", no van a recordar mucho porque ese era el momento, para mí, más bello. Éso, y tener que rebobinar con el bolígrafo hasta que se te hinchara la muñeca.

Los éxitos de Erasure se me quedaron en un camión; me robaron en una fiesta "Ritual de lo habitual" y un EP de Alice in Chains (los dos, originales y el primero con la portada censurada); a una novia de secundaria le regalé una mezcla de las mejores baladas del rock en español; deshice en otra fiesta, al sacar bruscamente de un stereo de un auto, el "Nevermind the Bollocks" (cosa que la verdad le dolió más a un amigo que a mi); en una clase de la preparatoria, un maestro me quitó el "Meantime" de Helmet y se burló de la portada diciendo: "La escuela te prepara para un arte más óptimo y mira lo que vienes comprando"; el Monster de REM me lo grabó Jaime, el primero de los Ramones me lo grabó Vader, el Goo me lo grabó Puny, y el Naked City de John Zorn me lo grabó Aarón, todos ellos (lo juro) en la misma semana; Un amigo se deshizo de varios cassettes y me los trajó y ahí los tengo y entre ellos estaba el Big Science de Laurie Anderson; Tengo uno autografiado por los Prisioneros.

La verdad es que no hay balanza. No hay modo. No hay discusión. No puedes ponerlos a Jeopardy y descartar los formatos, jugar con las piezas pensando en la modernidad. El pedazo de plástico con dos agujeros como ojos era único.

Un día, tenía acaso 7 años, después de hacer la tarea, me dijo mi padre que de regalo, por haber sacado buenas calificaciones, me ganaba el vinilo de "Bad" de Michael Jackson. Se lo pedí en cassette.